domingo, 17 de marzo de 2013

La Mente Extendida (y enlace a mi artículo en Ciencia Cognitiva)

Una versión de esta entrada puede verse en mi artículo de 2013 en la revista Ciencia Cognitiva.


¿Cuáles son los límites entre la mente y el mundo? ¿Cuál es el papel del cuerpo y del medio ambiente en los procesos cognitivos? ¿Son la piel y el cráneo fronteras o límites relevantes en términos cognitivos? La tesis de la mente extendida (TME) afronta este tipo de cuestiones para responder que en ocasiones la mente se extiende no solo más allá del cerebro, sino también más allá del cuerpo o del organismo. Desde este punto de vista las ciencias cognitivas deberían, en tales ocasiones, ignorar los límites metabólicos de la piel y el cráneo (para atender, al menos según la versión más difundida, a la organización computacional y funcional de la información).

La tesis de la mente extendida propone que, en ocasiones, la mente se extiende más allá del cerebro, y del cuerpo en general, de manera que  ciertos elementos del entorno (¿no biológicos?) pueden entran a formar parte de los procesos cognitivos. Cerebro, cuerpo y mundo formarían entonces un único substrato (o vehículo) integrado para la mente [Lo característico de la TME es el papel asignado al entorno. La distinción entre el papel del cuerpo y el papel del entorno -mundo- puede plantear la cuestión de la distinción entre mente extendida y cognición corpórea]. Uno de los principales argumentos en los que se ha sustentado esta tesis es el principio de paridad, que pretende anular todo criterio de localización espacial (una especie de velo de ignorancia al estilo de Rawls para evitar un “prejuicio biochovinista”) y supone cierta equivalencia funcional entre los recursos internos y externos. Pero esta equivalencia lleva a considerar irrelevantes las diferencias entre los recursos internos y los externos. Buena parte del debate sobre la mente extendida ha girado en torno a la naturaleza y a las implicaciones de estas diferencias. Una nueva ola de la TME pretende reconocer la importancia en términos cognitivos de algunas de estas diferencias, y proporcionar un nuevo argumento para la TME basado en la complementariedad y la integración de ambos tipos de recursos -y no en el principio de paridad- (Menary 2010, Sutton 2010).

La concepción clásica u ortodoxa de la mente extendida se basa en gran medida en la noción de “principio de paridad” tal y como fue formulada por Clark y Chalmers (1998), y cuya versión actualizada subraya su carácter funcional (“extended functionalism” -Clark 2008, 2008a, Wheeler 2010). Según este principio “Si cuando afrontamos cierta tarea una parte del mundo funciona como un proceso que, si fuera realizado en la cabeza, no dudaríamos en reconocer como parte del proceso cognitivo, entonces esa parte del mundo es parte del proceso cognitivo” (Clark y Chalmers 1998, p. 8) (posteriormente Clark ha añadido la cláusula “for that time” para explicitar el carácter transitorio de la extensión –Clark 2007, p. 166). La idea esencial es que, en términos cognitivos, lo relevante no es la localización espacial del proceso; por el contrario, el principio de paridad supone, como ya he señalado, cierta equivalencia entre los procesos internos y los procesos externos. La naturaleza de esta equivalencia ha centrado buena parte del debate sobre la TME (v., por ejemplo, Rupert 2004, 2006, y desde otro punto de vista Sprevak 2009). En general, la posición de los defensores de la TME ha sido insistir en que se trata de una equivalencia funcional y que el principio de paridad no exige que los procesos internos y externos se lleven a cabo de la misma forma o tenga las mismas características. Por tanto, el principio de paridad es compatible con cierto grado de diferencia entre ambos tipos de procesos.

En el ejemplo más conocido de la TME se presentan dos personajes, Inga y Otto, el segundo de los cuales padece una enfermedad que afecta a su memoria, por lo que recurre continuamente a un cuaderno de anotaciones. El cuaderno viene así a complementar su deteriorada memoria biológica. La idea básica es que el cuaderno de Otto es equiparable, en cierto sentido, al cerebro de Inga y forma parte, como vehículo externo, de su sistema cognitivo. El cerebro de Inga y el conjunto formado por el cerebro-más-el cuaderno de Otto desempeñan el mismo rol funcional con respecto a sus respectivas conductas. El principio de paridad cuestiona los límites entre cerebro, cuerpo y mundo mediante el isomorfismo funcional entre lo interno (memoria biológica, cerebro) y lo externo (el cuaderno y su contenido). (Ha de recordarse, sin embargo, que la TME es explícitamente una tesis acerca de los vehículos, y no –al menos directamente- acerca de los contenidos).


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